Luisa llegó a la sala de juntas cuando todos estaban sentados esperando a que ella empezara su presentación de resultados del estudio de mercado que la compañía había contratado hacía aproximadamente un mes. Ella iba a exponer la fase cuantitativa de una investigación de mercados que antes había tenido una etapa antropológica y otra cualitativa.
Ya se encontraban en la recta final de la investigación, el lanzamiento del producto se realizaría antes del otoño. Apenas llegó, Luisa aprovechó para saludar a todos, conectó su laptop al proyector y ante la impaciencia de los presentes comenzó por dar los antecedentes del proyecto. La sala de juntas estaba abarrotada de gente, había personal del área de I+D (Investigación y desarrollo), Innovación y Nuevos mercados, Marketing, Ventas, Canales de distribución tradicionales, Contenido y Negocios minoristas.
—Buenas tardes. Mi nombre es Luisa Castañeda. Hoy vengo a presentarles un resumen de los principales hallazgos del estudio de mercado en su fase final, la cuantitativa. La muestra del estudio consistió en la aplicación de 285 encuestas distribuidas por toda la República Mexicana. Las principales ciudades incluídas en la investigación…
Una persona la interrumpe y levanta la mano.
—Perdona, ¿Luisa, verdad? Creo que estás en un error ya que habíamos acordado que se levantarían dos mil ochocientas encuestas a nivel nacional. No se si lo quieren revisar en tu agencia para saber cuántas hicieron en realidad.
Luisa sacó unas hojas de su mochila, las revisó y dio respuesta a la inquietud de Ingrid, la Directora de Innovación de la empresa.
—Tienes razón Ingrid, hay un error en mi gráfica. En realidad fueron dos mil ochocientos cincuenta casos; una disculpa, fue un error de dedo ya que nos quedamos muchas horas revisando todo el documento.
Luisa continuó con su presentación, detallando los antecedentes, objetivos, composición muestral y especificaciones del estudio. Expuso que la hipótesis inicial del proyecto no se había confirmado, la cuál era que el mercado potencial más importante de la marca de patinetas sería el de Centennials interesados en el mundo de las patinetas, que les agrada vestirse con ropa casual de mezclilla y playera, con tenis de lona tales como Converse, Vans, Nike o Panam, y que en sus redes sociales siguen a marcas, influencers, o estrellas del mundo de los skateboards. Sin embargo —continuó Luisa—, en el estudio nos dimos cuenta que el mercado más jugoso en realidad se encuentra entre los mayores de cuarenta años, principalmente hombres, para fines del proyecto les llamaremos los ‘Chavorrucos skaters nostálgicos’. En el pasado, este segmento fue muy aficionado a las patinetas, las utilizaban con un fin principalmente recreativo y ahora sienten nostalgia por aquella época; por esto, todo lo que ven acerca del mundo ‘skater’ les llama la atención. Además, tienen un nivel adquisitivo superior al promedio y están dispuestos a gastar una proporción grande de su dinero en patinetas y sus aditamentos, como se puede ver en el siguiente gráfico.
Nuevamente, Ingrid se mostró escéptica de lo que Luisa había presentado y levantó la mano.
—¿Estás segura Luisa? A mi me parece que es un juicio errado, ya que observo que el segmento de los de 18 a 25 años de edad muestran un interés elevado en nuestro producto, más de dos terceras partes de ellos dicen que probablemente comprarían nuestro producto. Nosotros lo habíamos analizado antes. Y los que llamas «Chavorrucos» pronto serán «rucos», es decir, un público objetivo de más edad que no nos interesa.
Luisa presentó un par de gráficos más para reafirmar su punto y continuó con la presentación. Sin embargo, cada cierto tiempo, Ingrid la interrumpía y volvía a poner en duda la veracidad de los datos que Luisa mostraba. Lo que provocó que varios de los que estaban presentes en la sala de juntas se mostraran también dubitativos e hicieran preguntas a Luisa para asegurarse de que los datos fueran correctos. Y en realidad fuera de las cifras de la muestra todo lo demás del documento expuesto se encontraba libre de errores. Ella no había dormido ni una sola hora revisando la totalidad del reporte que estaba presentando con los analistas y estadistas, y, desde su punto de vista, solo se le había pasado el que tuvo que ver con el tamaño de la muestra que había presentado al principio.
Luisa ya se encontraba molesta y sentía que Ingrid se las traía con ella y buscaba cualquier pretexto para desacreditarla frente a las demás personas que estaban presentes en la reunión. A Luisa, Ingrid se le hacía una mujer joven, menor a los treinta años, inteligente, muy ambiciosa, que quería crecer en la empresa y lucirse frente a los demás. A pesar del ambiente incierto —y para ella ofensivo— de la presentación, Luisa continuó con su exposición hasta el final. Sin embargo, cuantas más objeciones mostraba Ingrid, más celeridad le ponía Luisa al ritmo de la presentación.
Ya había finalizado de presentar hasta las conclusiones y recomendaciones finales, había introducido su laptop y todos los papeles en su mochila, cuando Ingrid se dirigió a ella y le comunicó:
—Deberías de revisar los errores de tu presentación y volverla a enviar, basta que una persona cometa un solo error en una presentación para que pierda totalmente su credibilidad frente a cualquier audiencia. Hay que revisar la información a detalle. De hecho, ni siquiera creo que te llames Luisa ni que tengas veintiocho años como en algún momento mencionaste.
—Así me llamo y esos años tengo, y es un tema personal que no considero que se deba de discutir en una junta de trabajo. Además, en ocasiones todos cometemos errores, hasta tu que traes la blusa puesta al revés. El hecho de que una persona cometa un error no significa que esa persona viva en el error, son dos cosas muy diferentes.
Ingrid se sonrojó y se inquietó, comenzó a subir y bajar la silla en que estaba sentada. Ya quedaba muy poca gente en la sala de juntas, la mayoría se había retirado. Sólo dijo adiós y que esperaba que le enviaran la presentación otra vez con una revisión exhaustiva de cada cifra, porcentaje o estadística que se presentara. Se levantó de su sitio y se dirigió al baño, estaba muy enfadada, sin embargo, quería ir a cerciorarse de que su vestimenta estuviera en orden. Pensaba que quizá se tratara de una actitud revanchista de Luisa, o de uno más de sus errores.
Al llegar al baño se miró frente al espejo, hizo un escrutinio de su blusa y de toda su ropa, y mostró una sonrisa de satisfacción al cerciorarse de que todo estaba en su lugar. Pensó que habría sido un descuido más de la tal Luisa, la de la agencia de investigación. Se arrojó un poco de agua en las mejillas porque estaba acalorada y regresó a la sala de juntas. Cuando llegó ya no había nadie, todos se habían retirado, por lo que se sentó un momento, le dió un sorbo al café que había dejado —aunque estaba frío— y solo mencionó para sus adentros: “qué asco, está helado”.
Por otro lado, observó el enorme reloj electrónico que estaba empotrado en la pared, y se sobresaltó al cerciorarse de que el reloj de pared estaba una hora atrasado, no lo habían actualizado la madrugada anterior por el cambio de horario. Ella miró su reloj Cartier de manecillas, y ese sí estaba en lo correcto, por lo que sonrió una vez más como en un acto de reafirmación. Todavía se mantuvo un rato más sentada en la sala de reuniones, mientras revisaba otro reporte correspondiente a otra junta que sostendría posteriormente. Quince minutos después, al levantarse del asiento se dió cuenta que se le había pegado un chicle en el pantalón negro que traía, lo que la puso furiosa, no sabía si había sido Luisa la que lo dejó ahí pegado a propósito o una broma de otra persona, lo tomó con un papel y lo arrojó al basurero.
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