Habíamos quedado de encontrarnos en el Bar Milán, legendario en la década de los años noventa por ser un lugar donde se encontraban jóvenes artistas, estudiantes, publicistas, ejecutivos trajeados, hípsters, extranjeros, y también, gente a la que simplemente le agradaba la vagancia. Al entrar al bar me cautivaron los nopales con los que las barras contaban como parte de la ambientación, también lo pequeño del local y que no aceptaban billetes de pesos mexicanos sino solo admitían el uso de su propia moneda, a la que llamaban «Milagros». Lo primero que hice fue dar un breve recorrido por el lugar; caminé por este local oscuro que contaba con pocas mesas, algunas pequeñas luces indirectas de halógeno, y dos grandes barras. Después, como había llegado algo temprano, aproveché para cambiar algunos billetes de pesos por milagros y me dirigí a una de las barras nopaleras otra vez.
Los cantineros se encontraban preparando un mar de cocteles, pero sobresalían los mojitos. Ellos dedicaban un tiempo a machacar las hojas de menta o hierbabuena con un mortero, como si se tratara de maíz, y así continuaban con la preparación hasta el final. Me acerqué, pedí una cerveza y esperé a que llegaran los chicos de la agencia. Pagué con milagros y me devolvieron también con la misma moneda, lo que se me hizo muy simpático.
Pasaron aproximadamente veinte minutos y los de la agencia no habían llegado. Decidí volver a dar una vuelta por el Milán y descubrí que había un lugar en el centro del local que era ligeramente más espacioso, además contaba con unas escaleras que se encontraban bloqueadas para subir; quien sabe a qué lugar lo llevarían a uno, estaba muy oscuro y pretendía ser un lugar un tanto sospechoso, donde un podría imaginar cualquier cosa, como encontrarse dentro de una escena de una película de terror. En ese momento me di cuenta que Pacho y Moro estaban bailando una canción que logré distinguir como Loser de Beck, con un sonido entre rap y funky. Ellos se sacudían como en una especie de danza epiléptica parecida a la que alguna vez fue característica de Ian Curtis del grupo Joy Division.
Me quedé observándolos un rato, ellos estaban como en un trance sin hacerme caso, supuse que no se habían percatado de mi presencia, aunque yo era el cliente del proyecto, habíamos acordado de ir a charlar. Al terminar la canción me reconocieron de inmediato y nos fuimos a sentar cerca de la barra sobre tres bancos altos. Se disculparon porque mencionaron que no me habían visto por lo que habían decidido bailar un rato y relajarse de un día de presentaciones, casi no habían dormido.
Enseguida comencé a darles un antecedente del nuevo proyecto, aunque el objetivo era únicamente arrancar motores con respecto al plan y sensibilizarlos con lo que estábamos tratando de encontrar en el estudio etnográfico contratado. No me aguanté las ganas de sacar algunas gráficas con proyecciones de ventas, de participación del mercado, del retorno de inversión esperado y otras métricas más del negocio.
Pacho y Moro eran una de las duplas de antropología de consumo más exitosas en el momento, todos hablaban de ellos y de los insights tan sorprendentes que habían encontrado en categorías de producto como pañales, mezcal, bebidas energéticas, camionetas, sazonadores y hasta uso urbano de las bicicletas. Ellos se habían adentrado en todo tipo de productos y servicios, habían contribuido enormemente a crear productos exitosos, nuevos conceptos de museos, ideas para pasarelas, guiones para series televisivas, «insights frescos» para marcas de bebidas alcohólicas, reality shows y hasta diseños de vehículos. Yo no les llevaba un proyecto tan emocionante como en los que ellos solían participar, y mi presupuesto tampoco era como el de una gran transnacional, aunque eran los mejores amigos de un vecino que me los recomendó. En primera instancia les comenté que pretendía descifrar lo que se encuentra detrás del uso de escobas en las casas, que quería lanzar una escoba voladora, manejada y manipulada con un control remoto con el uso de un dron. Ya había hecho pruebas y tenía todas las certificaciones para lanzar la nueva escoba que se llamaba Flying Broom.
Pacho y Moro se mostraron maravillados y me comentaron que estaban muy emocionados por el proyecto. Les comenté que requería la realización de un estudio antropológico de mercado para decodificar lo que movía los hilos emocionales de alguien que utilizara escobas. Les sugerí que la principal usuaria sería más bien la muchacha de la casa, aunque quien la compraría serían hombres y mujeres de nivel alto que estarían dispuestos a pagar cinco mil pesos por la escoba del futuro, perdón, ya del presente. Personas que les fascinan los gadgets, los artilugios y dispositivos con la última tecnología, que le dan gran valor a la modernidad y que todos los «juguetes» que se compran quieren presumirlos frente a sus círculos sociales, si no lo hacen es como si no hubieran comprado nada.
La dupla de estudiosos asentía ante todo lo que yo les iba presentando. Les enseñé el logotipo que una agencia de identidad de marca me había propuesto, incluso, ya me habían presentado una primera campaña publicitaria de la misma. Pero yo no estaba del todo convencido de que fuera el camino correcto, por lo que les había solicitado una pausa estratégica para investigar a los consumidores, no con los típicos focus groups, encuestas o estudios en las redes sociales. Lo que yo quería era verlos barrer de primera mano, que se profundizara en sus hábitos, trucos, rituales dentro de sus casas. Y llegar a los significados culturales, narrativos, antropológicos y sociales alrededor de las escobas y de la acción de barrer.
—Ustedes que son unos expertos, saben mejor que nadie que la gente utiliza términos coloquiales tales como: “hay que barrer la casa”, “barrer para casa, provecho propio”, “le di un barrido a la manzana y no los encontré”, “me barrió con la mirada”, “cuando el diablo no tiene que hacer, coge la escoba y se pone a barrer”, “no hay que barrer de noche, porque de noche barren las brujas”. Me imagino que éste último refrán es en el que pensó la agencia, porque como verán en su logotipo aparece una especie de bruja volando con una escoba. Jajaja.
—Estamos encantados de que nos haya llamado Pepe Toño. Tú como la persona que lidera la marca sabes más que cualquiera de este tema, le mencionó Moro. Nos gustaría que nos dieras un «barrido» por todas tus ideas e hipótesis, eso no quiere decir que vayas a influir nuestra investigación, en realidad queremos saber más sobre tus expectativas del proyecto.
Pepe Toño sonrió y acomodó su corbata ya que mencionó que llegaba de una junta muy importante con accionistas. En unos segundos se quitó de un tirón la corbata de seda italiana que llevaba puesta y la introdujo en uno de los bolsillos laterales de su saco. Se desabotonó la camisa y les comenzó a contar desde cuando les surgió la idea del producto, el mercado que pensaba que era el más importante y sus planes. Después les preguntó a Moro y a Pacho cuál sería la forma en que abordarían la investigación.
Mientras tanto, Moro sacó un fajo de Milagros se puso de pie y fue por otros tragos. Se acercó a la barra, saludó de dos besos en la mejilla a una mujer que parecía que la conocía desde antes y que parecía ser de origen francés. Conversó con ella un momento, y regresó con tres mojitos llenos en vasos bajos. Le ofreció a cada uno su mojito, y comentó lo siguiente:
—¡Salud hermanos, por el gusto de estar aquí! Pensé que era un lugar de «rucos» o «chavorrucos» –bueno jeje, creo que de hecho yo ya lo soy– pero está mejor de lo que pensaba. La música es inmensa. Bueno, Pepe Toño, me encanta la pasión que muestras por este proyecto, y es muy interesante lo que nos cuentas; me llamó la atención cuando nos dijiste que sin ser psicólogo ni sociólogo te parecía que muy en lo profundo la gente barre para olvidar, para quitar lo sucio, lo cargado, lo pesado, lo pecaminoso, lo no resuelto, lo conflictivo de sus vidas, me da mucho de qué pensar. Quizá yo me he pasado la vida berreando, perdón barriendo. Nosotros de aquí nos vamos a ir a cerrar la propuesta que te estaremos presentando, porque, aunque estemos cansados tenemos ahora todo claro y caliente en nuestras mentes, y así solemos trabajar. «A full». De hecho, ¡es posible que nos pongamos a barrer un poco! ¡literal! En principio, te vamos a sugerir que realicemos observaciones, acompañamientos e inmersiones en hogares con el público al que quieres dirigirte, al que va dirigido el estudio, aunque te vamos a recomendar la inclusión de otro mercado también que tenemos pensado que le puede encantar tu producto, pero eso te lo contaremos más tarde, con un mojito más, jajaja.
Queremos hacer el estudio dentro y fuera de mercados tanto populares como de hípsters y new age, en lugares donde venden alta tecnología y electrónica, y en tiendas minoristas para observar la dinámica de compra de –como le llamaste tu– «juguetes tecnológicos», ya sea un teléfono inteligente, una lavadora, una cafetera de capuccinos, una tele plana enorme, un dron, una aspiradora o un refrigerador con acabados de titanio.
Necesitamos también observar y entrevistar a barrenderos, gente que barre las banquetas por las mañanas, y nos gustaría incorporar a demostradores de electrodomésticos y aparatos electrónicos en el hogar en tiendas como Sears.
—Si te soy sincero, quiero tomar montones de videos de gente en sus casas, barriendo, ordenando, limpiando, en su dinámica cotidiana, y también identificando los problemas con que se encuentra al barrer como cuando se le sale el palo a la escoba, o la escoba se moja y les ensucia todo el piso, todos los trucos que hacen para volver a enroscar la escoba y así. Va a ser un súper proyecto; comentó Pacho.
—Miren muchachos, le he estado dando vueltas al asunto, como que me he obsesionado con el tema. Últimamente hay noches donde me he encontrado barriendo la sala de mi loft –su casa, ya saben– en la madrugada. Se me cae algo en casa o la oficina y me encuentro corriendo por la escoba, no se qué me pasa, es como si quisiera barrer con todo. Me he llegado a imaginar que en el fondo la gente barre para resolver sus problemas, para olvidarse de ellos o para darle un nuevo significado a su vida. Quitar toda la suciedad, las relaciones tóxicas, las cosas que nos estresan y dejar todo como en un estado puro e inicial. Barrer es como sacar todo lo malo, y hasta como terapia me ha servido.
La dupla de antropólogos se quedó viendo a Pepe Toño, y sonrieron como verdaderos cómplices. Le dijeron a Pepe Toño que concordaban con sus hallazgos y que así debiera de ser. Que les parecía magnífico que se hubiera involucrado tanto en la narrativa del barredor, del «valedor».
Los tres chocaron los vasos que ya se encontraban vacíos. Moro solo jugaba con las hojas de menta que quedaban en el vaso y con los hielos. Se quedaba observando el vaso y parecía que la hierba ya estaba marchita, que había cumplido su función. Mientras él se encontraba alegre y ligeramente mareado, Pacho y Pepe Toño seguían charlando, pero Moro estaba metido en la dinámica de los hielos, los residuos de la bebida y las hojas de menta. En eso, levantó el vaso, que por cierto estaba a muy baja temperatura, y elevó el portavaso que era de cartón grueso y traía el logotipo del Bar.
Tomó un bolígrafo de su chamarra y se puso a escribir, o a dibujar, parecía que estaba haciendo un garabato. Eso le tomó solo unos segundos, se metió el portavaso en el que escribió en su chaqueta y reposó el vaso en la mesa otra vez.
Los otros dos personajes pararon de hablar y se le quedaron mirando a Moro, y le preguntaron a qué era lo que hacía, qué era lo que había escrito. Moro primero tomo otro portavaso de al lado, lo puso sobre la barra. Pidió al cantinero que le llenara el vaso de agua, inmediatamente después hizo el ritual del vaso boca abajo con el cartón del portavaso, que presupone que, si uno pone una carta y tapa un vaso, y le da vuelta al vaso, el agua no se cae.
Sin embargo, cuando Moro intentó hacerlo se cayó el agua al piso y se le resbaló el vaso que acabó quebrándose en cantidad de trozos de cristal.
—Amigos, traté de demostrarles algo, pero creo que demostré lo contrario. Olvídenlo. Hablemos de otras cosas.
Y así se quedaron conversando de diferentes temas, primero del proyecto y después de lugares a los que han viajado, películas y otros temas triviales, o no tanto. Pasaron un buen momento y el tiempo transcurrió muy rápidamente, hasta que llegaron los meseros como siempre lo hacían, con grandes bandejas, llenas de vasitos de barro con caldo de camarón caliente. Para todos los que aún circundaban por las barras del Milán se trataba de una delicia que además de sabrosa les servía como un remedio para que se les bajara la borrachera, la cruda o la indiferencia. Se deleitaron con el caldo, y entraron en calor porque ya se estaba colando algo de fresco de la puerta de la entrada. Siguieron pidiendo mojitos y después directamente una botella de ron para prepararse unas cubas.
Al cabo de un rato, les comunicaron que ya iban a cerrar por lo que si querían cambiar los milagros que les quedaban por pesos otra vez, era el momento propicio. Canjearon los milagros que les sobraban, se quedaron unos minutos más en el lugar. Ya había muy poca gente, los del bar habían empezado a apagar las luces del local. Las barras ya estaban a oscuras, ya los nopales no se podían observar a simple vista, pero igual uno se las seguía imaginando. El cadenero del lugar había dejado la entrada sin cadena e invitaba a todos a salirse de una vez.
Y eso es lo que hicieron los tres, Moro, Pacho y Pepe Toño, iban serpenteando hacia el camino de salida riéndose a carcajadas del vaso que se había roto y otras peripecias que habían vivido esa noche.
Saliendo del lugar se toparon con un carrito de hot dogs, y decidieron pedir tres perros calientes con tocino enroscado en la salchicha con todo, chile, cebolla, cátsup y mostaza.
Cuando terminaron de comer, ya exhaustos pidieron que les llevaran sus respectivos automóviles al valet parkingde la entrada del bar. Hacía algo de frío y se abrigaron con lo que traían. El aire les entraba sin piedad por los pulmones, y seguían sonriendo llenos de cansancio. Parecía que pronto amanecería, por lo que observaron como una señora comenzaba a barrer la calle quitando basura, hojas secas y otros residuos que estaban desperdigados por el pavimento. La mujer utilizaba una escoba hecha de ramas de árbol, Moro le llamó «escoba rústica». La joven iba barriendo por los lados de las banquetas donde ya quedaban muy pocos coches estacionados. En eso, le llegó el auto a Pepe Toño y les comunicó a Moro y Pacho: ‘Vámonos amigos, no sea que nos vayan a barrer a nosotros’.
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